Sección: Ecología y Conservación
Por: Ana Pamela Torres Segura
Por: Ana Pamela Torres Segura
El
impacto negativo de las actividades del ser humano se refleja en los cambios
ocurridos en la estructura y la función de las poblaciones, comunidades y hasta
en los ecosistemas.
En
pocas palabras la extinción es la muerte de la especie, la desaparición física de
todos los individuos que la componen.
En
la historia de la humanidad ha habido extinciones provocadas por otros eventos
naturales, como el vulcanismo, inundaciones, movimientos de las diferentes
capas de la Tierra, sequías, etc. Sin embargo en la actualidad las extinciones
de especies de flora y fauna que han ocurrido, se deben directa o
indirectamente a las actividades humanas.
Los
estados de conservación son los indicadores básicos de las probabilidades de
que una especie siga existiendo en el corto o mediano plazo, en vista de
factores tales como la población y su distribución, su historia natural y
biológica, sus depredadores y otros aspectos.

Como
consecuencia de las perturbaciones provocadas por nuestras actividades, se ve
una disminución en el área del territorio y distribución de las especies lo que
resulta en una reducción de las poblaciones. Para estas poblaciones es un grave
peligro contar con un número menor de individuos con el tiempo, ya que aumenta
su riesgo de extinción, debido a que tienen mayor sensibilidad a factores
naturales como incendios, inundaciones, tormentas, sequías etc. Además que al
encontrase estrechamente emparentados unos con los otros, se comienza a perder
variabilidad genética.
Dependiendo
de qué tipo de actividad humana se altera el comportamiento de las especies que
las puede conducir a la extinción. Por ejemplo, en casos donde la extinción se
ha suscitado por la modificación del ambiente, como la expansión agropecuaria,
la deforestación, desertificación, el sobrepastoreo etc. Los individuos de las
poblaciones sufren del desalojo de su nicho ecológico, las cadenas alimenticias
se ven afectadas por lo que la
supervivencia de otros organismos es puesta a prueba también, y al mismo tiempo
puede darse una alteración de los ciclos naturales de los elementos.
México
como el país megadiverso que es, tiene una gran responsabilidad para la
conservación y protección de la mayor cantidad de especies de flora y fauna.
Algunos de los ejemplos más representativos de nuestro país son el lobo mexicano
(Canis lupus baileyi), es considerado desde 1976 una especie
casi extinta en vida salvaje, debido a su caza indiscriminada durante la época
de los 50’s. Además de ser víctima de la cacería por los ganaderos, ha perdido
su hábitat por el sobrepastoreo y el cambio de uso del suelo. se considera en
peligro de extinción en estado crítico, lo que significa que tras ser evaluada
por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), es
clasificada en esta categoría e incluida en su Lista Roja por determinarse que
enfrenta un riesgo extremadamente alto de extinción en estado silvestre. Esta categoría
incluye las especies que han mostrado una fuerte caída de entre un 80 % y un 90
% de su población en los últimos 10 años o 3 generaciones, fluctuaciones,
disminución o fragmentación en su rango de distribución geográfica, o una
población estimada siempre menor que 250 individuos maduros.

El
hábitat del lobo mexicano se extendía desde el Desierto de Sonora, Chihuahua y
centro de México, hasta el oeste de Texas, sur de Nuevo México y Arizona
central. Ocuparon un rango de hábitats muy amplio, desde zonas desérticas y
semiáridas hasta bosques templados. De hábitos preferentemente nocturnos, los
lobos se alimentaban básicamente de venados, antílopes, borregos cimarrones,
liebres y roedores.
La reducción de sus
presas naturales provocó que los lobos atacaran ganado, situación que produjo
agresivas campañas de exterminio por parte de agencias gubernamentales de los
Estados Unidos, así como la caza desmedida de ganaderos mexicanos.
Es considerado como
extinto en estado silvestre, no existiendo ningún individuo en estado salvaje.
En 1977 y 1980 con los últimos ejemplares que se lograron capturar en México,
creando el «Plan para la supervivencia del lobo mexicano» (AZA Mexican Wolf
SSP) y tanto en Estados Unidos de América como en México, se inició un programa
de recuperación en cautiverio donde se reproducen los ejemplares para después
ponerlos en libertad.
El plan se compone de
tres partes: la investigación, la educación y la reproducción, siendo ésta la
problemática más sensible ya que siendo tan pocos ejemplares se tiene una
variabilidad genética muy pequeña. Al mismo tiempo se busca reintroducir a los
lobos en las áreas de donde fueron exterminados
por esto la gran importancia de
la educación respecto a este animal y su condición en esas zonas. Pero antes,
los lobos deben pasar por centros de preliberación, donde las condiciones
ambientales son similares a las de la «zona de liberación» y donde el contacto
humano es prácticamente nulo.
A finales de 2012 fue
estimado que al menos vivían setenta y cinco lobos y cuatro parejas
reproductoras en los terrenos de las áreas de recuperación. En 2014 es
registrado el primer nacimiento de lobo mexicano en un entorno salvaje tras la
reintroducción. En
febrero de 2015 mostró una población de al menos 109 lobos en 2014 en el
suroeste de Nuevo México y el sureste de Arizona, lo que significa un
incremento del 31 % desde 2013.

En Junio de 2017 se
sabe que hay 113 lobos mexicanos, incluyendo 1 pareja reproductora en Arizona
y Nuevo México y alrededor de 35 lobos en el Norte de México.
Referencias:
http://www.milenio.com/cultura/lobo_mexicano-vias_de_extincion-plan_recuperacion-usa-milenio-noticias_0_983901924.html
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