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La vida vuelve entre la radiación de Chernóbil

 07 de Marzo de 2019
Seccion Zoologia 
Elian L. Alvarado Camacho 



Tras el desastre del 26 de abril de 1986, la URSS estableció una zona de seguridad de 30 kilómetros alrededor de la central nuclear de Chernóbil. Miles de personas se vieron obligadas a dejar sus hogares, quedando más de 4.200 kilómetros cuadrados libres de influencia humana directa. De ese espacio, algo más de la mitad pertenece a Ucrania. El resto lo gestiona Bielorrusia, que lo ha convertido en la Reserva Radioecológica Estatal de Polesia, una de las reservas naturales más grandes de Europa.
James Beasley, ecólogo de la Universidad de Georgia, es uno de los investigadores que está estudiando cómo la vida prolifera en Chernóbil. Junto con un equipo internacional, empezó documentando los animales que habitan la reserva radioecológica mediante el estudio de huellas y el conteo desde helicópteros. Los resultados fueron prometedores y esto les llevó a instalar cámaras trampa con olores para atraer animales. En 2016 publicaron sus hallazgos: 30 años después del desastre, la vida silvestre abunda en la zona de exclusión bielorrusa. Las cámaras habían captado 14 especies de mamíferos, incluidos alces, corzos, jabalíes, lobos grises, zorros y perros mapache. Según Beasley, los datos son el “testimonio de la resistencia de la vida silvestre cuando se libera de las presiones humanas directas”.
El lado ucranio tampoco se queda atrás. El proyecto TREE (Transfer – Exposure – Effects) es una iniciativa del programa británico Radioactivity and Environment. Su objetivo principal es reducir la incertidumbre que existe en la estimación del riesgo para los seres humanos y la vida silvestre al ser expuestos a la radiactividad. Con ayuda de científicos ucranios, entre los años 2014 y 2015, el proyecto TREE instaló 42 cámaras trampa en diferentes puntos de la ZEC. Aves, ciervos, ardillas, linces o lobos fueron algunos de los animales que desfilaron ante sus lentes. También bisontes europeos y caballos de Przewalski, ambas especies introducidas en otras zonas para su conservación. Incluso se documentó la presencia de osos pardos en el territorio ucranio. Los osos han regresado a estos bosques después de haber sido eliminados por los humanos hace 100 años.
do el catálogo de especies, es tentador argumentar que la radiación podría ser un escudo para proteger la vida silvestre. Los animales incluso parecen desarrollar todo su esplendor. Los ríos de los alrededores de Chernóbil albergan lo que algunos califican como monstruosos peces mutantes por su gran tamaño. Pero la realidad es que estos peces no son fruto de la radiactividad ni formarán nunca parte del guion de una película de serie b. La explicación es muy sencilla: sin la presión humana las especies crecen, desarrollando sus verdaderas tallas. En palabras de Jim Smith, profesor de ciencias ambientales de la Universidad de Portsmouth, “esto no significa que la radiación sea buena para la vida silvestre, solo que los efectos de la vida humana, incluidos la caza, la agricultura y la silvicultura, son mucho peores”.
La ciencia tiene un buen repertorio de estudios que demuestran que vivir expuesta al cesio-137 también pasa factura a la fauna. Un metaanálisis publicado en 2016 mostraba que la radiación en Chernóbil aumenta la frecuencia y el grado de cataratas en ojos, disminuye el tamaño del cerebro, incrementa la incidencia de tumores, afecta a la fertilidad y promueve la aparición de anomalías del desarrollo en las aves. Este estudio fue realizado por investigadores de la Chernóbil + Fukushima Research Initiative, un grupo de investigación que utiliza un enfoque multidisciplinar para conocer los efectos de la radiación en la salud humana y el medio ambiente. Su director es Tim Mousseau, de la Universidad de Carolina del Sur, que con Anders Møller, de la Universidad de París-Sur, ha dirigido más de 35 expediciones a Chernóbil y otras 16 a Fukushima.
Este artículo fue publicado originalmente en “El país”

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